Pues bien, parte de mis preguntas han quedado
resueltas en una larga conversación con Robert. Resulta que hay
varias facciones de vampiros y que no se llevan muy bien entre ellos:
los que creen que los vampiros deben ser bellos y se dedican a
cargarse a los que no lo son, los que creen que los vampiros deben
dominar el mundo y han aprovechado la moda de
qué-guays-son-los-vampiros que trajo Hollywood para ir consiguiendo
cada vez más adeptos, los que creen que los vampiros han nacido para
purgar el mal en este mundo (en permanente conflicto con los que
creen que han nacido para purgar el bien en este mundo) y, por
último, los que creen que los vampiros deben permanecer en el
anonimato. Bueno, miento. Hay unos cuantos que creen que deben volver
a Esmtezlia, pero duran poco en este mundo: se limitan a llamar la
atención de los Fríos para que les manden para allá.
En fin, que no hay que ser un genio para adivinar que Robert está
entre los que abogan porque los vampiros sigan en la Tierra, pero
ocultos. Tampoco hay que ser muy listo para saber que estos están en
guerra con todos los demás, más que nada porque los objetivos de
los demás chocan con la idea de no llamar la atención, y que tienen
un montón de pasta acumulada (no se dedican a nada en particular,
salvo vivir de las rentas, tal y como imaginaba) que utilizan para
enmascarar las actividades de los demás vampiros y luchar contra
ellos. ¿Y quien está en medio de todo este jaleo? Diana. Cómo no.
Mi trabajo, sobre el papel, es “ayudante ejecutivo”. En la
vida real (Robert ha decidido que tengo que ganarme el sueldo) es
usar las runas para encontrar a los vampiros chalados que quieren
asesinar o esclavizar humanos, además de proteger a los que están
en nuestro bando. Los vampiros son bastante sensibles a la magia y
las runas son más difíciles de detectar, así que según parece les
seré muy útil para no ponerles sobre aviso y que no escapen. No es
que me queje, en principio no debería correr peligro y es un trabajo
guay en el que puedo practicar con mis runas, pero una pequeña parte
de mí preferiría ser una aburrida ayudante ejecutiva de verdad,
especialmente después de los ajetreados últimos meses que he
pasado.
¿Y por qué no me lo ha dicho antes? Pues porque Robert, como
siempre tan considerado, pensó que era mejor dejarme disfrutar de mi
ignorancia en un merecido descanso. Pero claro, ahora que lo sé, lo
suyo es que me ponga a trabajar en seguida. Empiezo mañana.
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